La primera acepción del Diccionario de la Lengua Española define bienestar como “conjunto de las cosas necesarias para vivir bien”. Pero ¿qué necesitamos para vivir y, además, hacerlo bien? En una sociedad de consumo como la actual, las respuestas tendrán un denominador común y es el dinero, esto es, se hablará de prestaciones por las que se paga, caso de agua, luz, comida, ropa o vivienda. Sin embargo, en esa misma sociedad existen servicios imprescindibles para el ser humano –y para el resto de la biodiversidad– que son gratuitos. Se trata de los servicios ecosistémicos, que la naturaleza nos brinda a cambio de nada.
Los servicios ecosistémicos son los beneficios que aportan los ecosistemas a la sociedad y que mejoran la salud, la economía y, por ende, la calidad de vida de las personas.
Según la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio de Naciones Unidas, existen cuatro tipos de servicios ecosistémicos:
Productos que se obtienen de los ecosistemas, como los alimentos, las materias primas o el agua dulce. Son los más directos y tangibles.
Beneficios obtenidos de manera directa de los ecosistemas sin que haya un proceso de transformación previo. Es el caso de la polinización, la regulación de la calidad del aire, o la moderación de los eventos extremos.
Los relacionados con el ocio, el tiempo libre o aspectos más generales de la cultura. Se trata de beneficios no materiales y, quizás, los más abstractos. Por ejemplo, el arraigo o pertenencia, el patrimonio cultural o la recreación y el ecoturismo.
Aquellos necesarios para producir otros servicios ecosistémicos. Por ejemplo, el ciclo de los nutrientes, la formación del suelo o la fotosíntesis.
Partamos de un sencillo ejemplo como son los bosques, indispensables para mantener limpias las cuencas de los ríos. La sombra que dan contribuye a reducir la temperatura del suelo. Y también intervienen en la calidad del aire, ya que capturan CO2, lo que contribuye a mitigar el cambio climático. Además, los bosques juegan un papel crucial en la reducción del impacto de desastres naturales, como las inundaciones. Y podríamos continuar hablando de que la deforestación y desertificación ponen en riesgo el suministro de alimentos de millones de personas.
Así, aunque no les prestamos atención porque los damos por hecho, el valor de los servicios ecosistémicos es muy importante. Se ha estimado que la contribución económica total del medio natural equivale a 125 billones de dólares al año. Sin embargo, la atención y el cuidado que merece un bien tan caro no es directamente proporcional. La sociedad occidental ha evolucionado a costa de la salud del planeta sin tener en cuenta que su deterioro pone en peligro su propia existencia. Además, la pérdida de los servicios ecosistémicos puede generar grandes costes de producción, restauración o reemplazo y precisar, incluso, de la sustitución mediante la tecnología.
Es en este contexto donde surge el debate de remunerar a los propietarios de explotaciones forestales por la gestión sostenible de las mismas. Una remuneración que se revertiría creando empleo verde y toda una cadena de valor.
Se trata de un debate nada desdeñable en España, segundo país de Europa, por detrás de Suecia, con mayor superficie forestal, que ocupa más de la mitad de territorio nacional –55 %–. A su vez, un 70 % de dicho territorio se encuentra en manos privadas.